¿De qué cuento salí?
Toda nuestra vida vivimos en cuentos: los de hadas, los de aventuras, los de terror, las novelas, películas, dramas etc. Pero no nos detenemos a pensar en qué cuento estamos en nuestra vida.
No es extraño que en cualquier lugar en donde se de una reunión humana se repita siempre la misma escena: una de las personas toma el "escenario simbólico" y cuenta a las otras una anécdota de su vida. Puede haber diferentes niveles actorales en esta escena, desde imitaciones con cambio de voz hasta solo una narración episódica plana; puede ser detallado en colores y sonidos o solo definiciones básicas como "estábamos en la sala". Sea cual sea el caso, la persona narra su experiencia para generar cierto efecto en su público y acomoda personajes y secuencias según su objetivo.
Este es un impuso ancestral como se ve en las pinturas rupestres, son una búsqueda de contar los cuentos de las tribus, las hazañas de los cazadores, los viajes etc. Pero además pareciera ser originario, pues tan pronto como los niños empiezan a relacionarse juegan contando cuentos e interpretando los roles que ven en su cotidianidad y entorno; se definen como ciertos personajes y los actúan según se identifican.
Con el tiempo la narración sale del juego para volverse relacional, una forma de ser y conectar con los otros.
Es algo cotidiano que todos hacemos o hemos hecho pero que oculta una trascendencia casi insospechada. Al hacer esto, no solo narramos la anécdota, nos narramos a nosotros mismos. La forma en que contamos este cuento y todos los otros que contamos a lo largo de nuestra vida va definiendo lo que creemos de nosotros mismos y lo que los otros creen y esperan de nosotros. Casi sin notarlo vamos construyendo el personaje que creemos ser. Una parte con nuestras autodefiniciones: yo soy tímido, soy alegre, etc. Y por otro lado con las definiciones de los demás: tú eres especial, valioso, etc.
Parece obvio o tal vez simple, pero va aún más lejos que la mera definición. El asunto es que en la necesidad de coherencia de lo humano, encontramos que no solo nos definimos o somos definidos, sino que además buscamos ser coherente a ello.
No solo me denomino alegre al serlo y al ser señalado sino que actúo como tal para ser denominado alegre y el ciclo se cierra.
En términos generales esto no es problemático, somos criaturas narrativas. El asunto se complica cuando perpetuamos narraciones autodestructivas, cuando buscando esa coherencia nos volvemos ogros y villanos para satisfacer la expectativa de los otros. Cuando, sin notarlo, nos vemos atrapados en un personaje que realmente no expresa lo que somos ni lo que podemos ser sino solo lo que se supone que somos, por ejemplo una eterna princesa desvalida cuando en realidad en el fondo de nosotros yace el poder de crear el personaje necesario para salvar la historia.
Es cierto que nos construimos un cuento para ser, pero este cuento debe ser flexible lo mismo que el personaje. Aun cuando Caperucita es un personaje poderoso poco tiene que ver en un episodio de StarWars, de la misma forma que los Ositos Cariñositos no encajan en el escenario de Drácula de Bram Stoker. Nuestras narraciones se vuelven obsoletas si no se ajustan a lo que nos sucede y nosotros nos volvemos disfuncionales si no podemos crear un repertorio diferente de comportamiento según lo que nos rodea.
Nuestro cuento no pueden definirnos o sino, en vez de una vida, desarrollamos un tipo de Gif (como los que circulan por Internet) que repite una y otra vez la misma escena.
Narramos el pasado como antecedente, a veces como ambientador, pero debemos hacernos conscientes de cómo lo narramos en presente para no repetir el cuento de la vida sino para crear algo nuevo, algo mejor, algo más poderoso. Solo así nuestra historia deja de ser un predictor para ser un prólogo de las victorias que tendremos.
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