Síndrome de las emociones fantasmas

Cuando intentar dejar de sentir, se vuelve un problema más grande que sentir. Muchos intentamos dejar de sentir para protegernos pero la cura resulta peor que la enfermedad.

3 DIC 2018 · Lectura: min.
Síndrome de las emociones fantasmas

En una sociedad que prima por la individualización, el mayor anhelo que tenemos siendo niños es crecer para ser adultos, que podamos regir nuestras vidas, conseguir lo que queremos y ser "libres". En esta carrera de niños vamos dejando progresivamente las fantasías, la dependencia, la inocencia, los juegos y en muchos casos, nuestras emociones. Pues para muchos de nosotros, crecer significa "endurecerse", el mundo es duro y para llegar a "donde queremos" (o donde nos han dicho que queremos llegar) debemos dejar de lado, en nuestro crecimiento, todo eso que nos ablanda o nos hace vulnerables.

Este fenómeno ocurre por modelaje, es decir vemos el ejemplo o modelo de los adultos mientras crecemos: no lloran, no expresan, no sienten. O bien nos moldean las circunstancias de la vida, como cuando se ríen de nuestras emociones o el descontrol de lo que vivimos nos hace buscar control.

Las emociones y sentimientos, que son tan libres y tan fáciles en la infancia, se vuelven poco a poco enemigos, poco a poco peligrosos, poco a poco algo que no se quiere sentir. Inicialmente, el proceso ocurre por una presión externa y luego somos nosotros mismos los que empujamos todo eso a lo profundo de nuestro ser. Hasta que, llegado cierto punto de la adolescencia tardía o la adultez temprana, ocurre lo que parecería una amputación. Creemos no sentir, creemos poder controlar lo que sentimos y con maniobras truculentas como aislarse, como drogarse, como saltar de una relación a otra, como racionalizar todo, entre otras. Orgullosamente creemos habernos quitado ese pedazo.

O eso parecería, pero como ocurre con ciertas amputaciones se da el síndrome del miembro fantasma* o, en este caso, de las emociones fantasmas. Aunque tenemos éxito en reducir o controlar las emociones empezamos a sentir una sensación persistente de vacío o sinsentido muy angustioso. Incluso después de haber logrado lo que habíamos planteado: de ser dueños de nuestra vida y ser "libres" hay una constante insatisfacción (a pesar de haber trabajado por las metas incesantemente), las cosas no nos llenan y no sentimos lo que "deberíamos" sentir frente a ciertas cosas o en cierta parte del camino ya no queda motivación para ir a buscar aquello por lo que crecimos.

Parece no tener sentido, pero lo tiene. Las emociones no se pueden sustraer y tampoco implantar. No hay forma de amputarlas a pesar de lo peligrosas que las creamos, a pesar de lo vulnerables que nos hagan sentir, sin importar cuanto las burlaran o cuanto las castigaran. Las emociones tiene el poder de regeneración propio de todo lo natural, así como el pasto rompe el cemento o las raíces quiebran el asfalto, las emociones surgen más dolorosas de lo que surgirían si les diéramos el curso adecuado; y si es necesario nos quebraran en el proceso.

Contradictoriamente, evadiendo lo que tememos, terminamos llamándolo.

Así, puede que en nuestro proceso de crecimiento creyéramos que logramos amputar las emociones, tenerlas bajo control para buscar "la invulnerabilidad" o erradicar esas "infección debilitante". Pero ellas siguen allí, aunque las ignoremos mandándolas al fondo de nuestro ser, dolorosamente activan los "nervios" reclamándonos la necesidad de que las veamos de que las enderecemos y les demos cause. Porque bloqueando las emociones, esas que mal llamamos negativas (como el miedo, la rabia y la tristeza) no nos quitamos solo aquella sino todas. Ya el dolor no llega por las que queremos controlar sino por la ausencia de las otras (alegría, placer), que sin saberlo, fueron desterradas junto a las demás.

shutterstock-289450613.jpg

Pues no entendemos que el mismo canal por el que percibimos la tristeza es a su vez canal de salida de la dicha. Así que cerrando ese camino la dicha deja de surgir y obtenemos lo que queremos pero de una forma tétrica, no vemos aquellas otras emociones pero tampoco las que deseamos. Como en el síndrome del miembro fantasma las emociones parecieran no estar pero queda un remanente doloroso. Un mundo sin colores, sin calor, sin sentido. Y extrañados nos paramos ante esta vida sin entender el origen de nuestro desazón, ¿por qué si ganamos la batalla contra las emociones y contra la vida no podemos conectarnos con el mundo? ¿Por qué si teníamos metas claras de repente perdemos las ganas de perseguirlas? ¿Por qué la vida parece tan pesada y nosotros nos sentimos tan cansados?

Porque no hubo amputación, nos empeñamos en no ver y no procesar ciertas emociones, replegándolas como si no existieran pero sin que ellas dejaran de existir. La emoción sigue generándose aunque nos hagamos los sordos y se empieza acumular, a ser una cargas cada vez más insoportables, a ahogarnos desde adentro a romper los diques de control hasta que, si lo llevamos suficientemente lejos, estalla en depresiones, en crisis de ansiedad, en ataques de ira, en crisis existenciales o en enfermedades resultado de la somatización cuando el dique no se rompe pero nos ahogamos por dentro.

Sea como sea, tome el tiempo que tome y al costo que sea las emociones encontrarán su salida. Gritaran, arañarán y harán temblar el fondo de nosotros para que nos hagamos cargo de su existencia. Entre más las ignoremos y menos les permitamos drenarse, más fuerza tendrán para reclamarnos. Paradójicamente, lo que intentamos hacer para no ser vulnerable nos conduce a niveles de mayor vulnerabilidad, no solo en términos de debilidad sino del riesgo para nosotros y quienes nos rodean.

Si aún no has llegado a este punto crítico pero sabes que has intentado esta salvaje amputación es momento de entrar a trabajar en tu inteligencia emocional para evitar luchar contra algo que es natural y necesario. Son las emociones las que nos garantizan la supervivencia, la que nos indican lo que es valioso, las que nos cuidan. Sentirlas no es malo, lo que hay que aprender es a darles un buen manejo, una buena expresión.

Si ya te enfrentas al vacío y la crisis, es momento de entrar a enfrentar tus emociones, empezar a conocerlas y a hacer las paces con ellas para poder recibir el alimento que ellas dan, porque solo siente el que está vivo. Sustraer nuestras propias emociones es lo más parecido a estar muerto en vida y lo sabes, lo estas sintiendo. Hay que reactivar y sensibilizar ese canal emotivo.

En caso de que ya hayas vivido la revancha de las emociones, es decir un estallido critico de ellas, es momento de replantearte tu estrategia de canalización y vivencia de las emociones. Este episodio es un fuerte campanazo para que te des cuenta de que debes hacerlo diferente. Entiende, corrige aprende y vive. Las emociones son las que le dan sabores y sazón a la vida, incluso aquellas que no afligen son necesarias para poder dimensionar la existencia.

Nunca es tarde para enfrentarnos a nuestras emociones fantasmas y darles la vida que merecen. Este es el único camino para poder vivir y existir. ¡Atrévete!

¿Quieres seguir leyendo?

¡Muy fácil! Accede gratis a todos los contenidos de nuestra plataforma con artículos escritos por profesionales de la psicología.

Al continuar con Google, aceptas nuestras Condiciones de uso y Política de Protección de Datos


PUBLICIDAD

Escrito por

Mariana Garavito Posada

Psicóloga graduada de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá con una Maestría en psicología con énfasis en psicología clínica desde el enfoque Humanista existencial de la Universidad del Norte. Actualmente cursando la Alta formación en Psicoterapia Breve Estratégica del Centro di Terapia Breve Strategica de Bogotá. Actualmente ejerce en su consultorio particular.

Consulta a nuestros mejores especialistas en crisis existencial
Deja tu comentario

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD